el consuelo de la poesía.
He visto morir a mucho hombre joven... Vicente GaosHe visto morir a mucho hombre joven, y sólo puedo juzgar ya mi vida como un regalo,
como una inmerecida dádiva que exige a cambio un empleo digno.
Ahora recuerdo en particular a aquel compañero:
Un viento delicado curvó la ágil palma, el álamo desvalido,
y el tronco primaveral cayó al otro lado de la ancha orilla,
llevado por las aguas de un río que no puede atravesar mi barca.
Inútilmente le estuve llamando desde esta margen a gritos:
"Mira, mira, ya ha venido mayo de nuevo, el campo está bañado en luz. Despierta".
Pues era sólo un falso consuelo. No estaba dormido.
El aire tenía una pasmosa dulzura, la luz vibraba sobre la
corriente con la misma indiferencia del agua.
Me alejé, entre agitado y sereno, por el inmenso campo desierto.
Y ahora, al recordar, me pregunto por qué inescrutable designio
yo estoy todavía de este lado del agua,
gozando de la luz, del aire, de las maravillas del mundo,
o de las maravillas del hombre, cuando escucho música,
o tengo con admiración en las manos un hermoso libro.
De la orilla de Oriente a la de Occidente no hay ningún barranco
no hay ningún abismo infranqueable.
Sólo un rizado río de agua mansa, de agua continua.
Sólo un soplo de aire.
El misterio de la vida es mayor que el misterio de la muerte.
El misterio de la muerte es sólo una parte del de la vida.
Una sucesión incesante nos lleva de la mañana a la noche,
de la oscura matriz a las rosas más claras.
Aquí, en esta sala, mientras escucho a Mozart o a Bach,
mientras los sonetos de Shakespeare o las obras de Racine encienden mi vida,
aquí, en esta sala, tengo abierta la puerta que comunica con la alcoba oscura.
Y a la vez diviso por la ventana el jardínn donde juega mi hija.
(Y mi hija va de la casa al jardín, y del jardín a la casa,
a tomar en la cocina un vaso de agua, o a coger tal vez de la
alcoba algún juguete olvidado.
Y yo le digo: "Espera, descansa un poco. Un vaso de agua fría ahora te haría daño".
O bien: "No te pongas así en la corriente. Cierra la puerta").
Y más allá del jardín, por la mediación del valle la vista resbala
sin la transición hasta las montañas.
Una interminable unidad acoge en su corazón a la nieve del pinar
y al césped de la ladera,
a la piedra y al sol, a la culebra y al águila,
a los vivos y a los muertos.
Esta mañana, mientras contemplaba a mi hija en su juego, he
recordado a mi padre.
Y me ha llenado de confianza saber que el río sigue en su cauce,
entre las orillas,
entre las dulces orillas de abril y enero, por las que espero en la
vida.
Interminable es su tenue hilo, siempre acompaña a la primavera
la renovación de la carne,
y todo es y será como antes fuera,
"Bien - me he dicho-, ya has vivido media vida, ya la has desvivido,
ya has matado media vida, ya tienes media vida muerta.
Y no puedes envanecerte en verdad de que en tu madurez
hayas dado excesivo fruto,
pero has adivinado que la plenitud de la vida es esto tan sólo:
la plenitud de la muerte, la serena posesión de un punto intermedio
entre las dos grandes orillas comunicantes".
Ahora estoy ya inmerso en aguas de profundidad,
a igual distancia de mi padre, a quien no puedo decir
que llegué a conocer,
y de mi hija, de quien tengo la seguridad de que ha de ignorarme.
(Aunque todos hayamos de adivinarnos un día u otro.)
He tomado una piedra en las manos y la he estado contemplando
larga, largamente,
con la profunda veneración de quien toma contacto con algo a la vez próximo y remoto.
No, ya no sé a qué mundo pertenece esta piedra,
yo no puedo saber si esta piedra encierra en su seno la aparición,
la concentración de la Nada,
y si la Nada y la muerte no son la negación de la vida,
sino algo más bien que tiene un puesto en la vida, dentro de ella,
algo que ignoramos y que nos ignora,
como los hombres nos ignoramos unos a otros,
como todos ignoramos a la vez la vida y la muerte.
La fotografía es un detalle de la escultura "Sternenfall" (caída de estrellas), de Anselm Kiefer. Fotografiado por Dalbera.